La destrucción de la gran Biblioteca de Alejandría fue llevada a cabo definitivamente por los árabes, el año 646 de la Era Cristiana. Pero esta destrucción había ido precedida de otras, y el encarnizamiento mostrado en la aniquilación de tan fantástico depósito de saber es particularmente significativo.
Al parecer, la Biblioteca de Alejandría fue fundada por Tolomeo I o Tolomeo II. La ciudad lo había sido, como su nombre indita, por Alejandro Magno, en el invierno de 311 a 310 a. de J.C. Pasaron, pues, casi mil años, antes de que la Biblioteca quedase totalmente destruida. Alejandría fue tal vez la primera ciudad del mundo constituida completamente de piedra, sin utilizar ninguna clase de madera. La Biblioteca se componía de diez, grandes salas y varias cámaras aisladas para los estudiosos.
Todavía se discute la fecha exacta de su fundación y el nombre de quien la fundó; pero su verdadero fundador, en el sentido de organizador y no simplemente de rey que gobernaba en aquella época, parece haber sido un personaje llamado Demetrio de Falera.
Principios de la biblioteca de Alejandría
Desde el principio, reunió setecientos mil libros, a los que constantemente añadió otros. Los libros eran comprados por cuenta del rey. Este Demetrio de Falera, nacido entre 354 y 348 a. de J.C., parece haber conocido a Aristóteles en persona. En 324 a. de J.C., se da a conocer como orador; en 317, es elegido gobernador de Atenas, y, como tal, manda en Atenas durante diez años, desde 317 hasta 307 a. de J. C.
Demetrio se había hecho célebre en Egipto como mecenas de las ciencias y de las artes en nombre del rey Tolomeo I. Tolomeo II sigue interesándose por la Biblioteca, así como por las ciencias y, sobre todo, la zoología. Nombra bibliotecario a Zenódoto de Éfeso, nacido en 327 a. de J.C. y cuyas circunstancias ignoramos, así como la fecha de su muerte.
Después, una sucesión de bibliotecarios aumenta, a través de los siglos, la Biblioteca, acumulando en ella pergaminos, papiros, grabados e incluso libros impresos, si hemos de dar crédito a ciertas tradiciones. La Biblioteca contenía, pues, documentos en verdad inestimables. Pero también coleccionaba enemigos, principalmente en Roma.
Toma de la biblioteca de alejandría por julio césar
Sabemos que un bibliotecario se opuso violentamente a un primer pillaje de la Biblioteca por Julio César, el año 47 a. de J.C, pero la Historia no ha conservado su nombre. Lo cierto es que, ya en época de Julio César, la Biblioteca de Alejandría tenía bien ganada fama de contener libros secretos que daban un poder prácticamente ilimitado.
En el momento en que César llega a Alejandría, la Biblioteca contiene al menos setecientos mil manuscritos. ¿De qué clase? ¿Y por qué empiezan a dar miedo algunos de ellos?
El poder de la biblioteca de alejandría
Los documentos que han sobrevivido nos dan una idea bastante exacta de ello. Estaban, en primer lugar, los libros escritos en griego.
Eran, evidentemente, un verdadero tesoro: todo lo que nos falta de la literatura griega clásica. Pero no parece que, entre ellos, debiesen encontrarse manuscritos peligrosos. En cambio, el conjunto de la obra de Beroso tenía algo inquietante. Sacerdote babilonio refugiado en Grecia, Beroso nos dejó el relato de un encuentro con seres extraterrestres: los misteriosos Akpalus, seres parecidos a peces, que vivían en escafandras y habrían aportado a los hombres los primeros conocimientos científicos.
Beroso vivió en tiempos de Alejandro Magno y hasta la época de Tolomeo I. Fue sacerdote de Baal-Marduk en Babilonia. Era historiador, astrólogo y astrónomo. Inventó el cuadrante solar semicircular. Concibió una teoría sobre conflictos entre los rayos del Sol y los de la Luna que fueron anticipación de los trabajos más modernos sobre la interferencia de la luz.
Podemos fijar la fecha de su nacimiento en 356 a. de J.C., y la de su muerte en 261. Una leyenda contemporánea dice que la famosa Sibila, la profetisa, era hija suya.
La Historia del Mundo, de Beroso, que describía sus primeros contactos con los extraterrestres, se ha perdido. Quedan algunos fragmentos, pero la totalidad de esta obra estaba en Alejandría. Comprendido lo que habían enseñado los extraterrestres.
También se hallaba en Alejandría la obra completa de Manethón. Este, sacerdote e historiador egipcio, contemporáneo de Tolomeo I y de Tolomeo II, había llegado a conocer todos los secretos de Egipto. Su nombre puede incluso interpretarse como el «amado de Toth» o el «poseedor de la verdad de Toth».
Era el hombre que lo sabía todo sobre Egipto, que leía los jeroglíficos y que mantenía contactos con los últimos sacerdotes egipcios. Se dice que escribió personalmente ocho libros y que reunió en Alejandría cuarenta rollos de pergamino, particularmente selectos, que contenían todos los secretos de Egipto y, probablemente, el Libro de Toth. Si esta Colección se hubiese conservado, quizá sabríamos todo lo que hay que saber sobre los secretos egipcios.
Sin duda fue esto lo que se quiso impedir. La Biblioteca de Alejandría contenía igualmente las obras de un historiador fenicio, Mocus, a quien se atribuye el invento de la teoría atómica.
Contenía también manuscritos indios extraordinariamente raros y preciados. De todos estos manuscritos no queda el menor rastro. Sabemos cuál era el número total de rollos cuando empezó la destrucción: quinientos treinta y dos mil ochocientos.
Limitémonos a la materia que nos interesa, es decir, a los libros secretos que tratan de las civilizaciones desaparecidas, de la alquimia, de la magia o de técnicas que hoy nos son desconocidas. Prescindamos de los clásicos griegos, cuya desaparición es sin duda muy lamentable, pero que nada tienen que ver con nuestro tema. Pensemos, ante todo, en Egipto.
Si existió un ejemplar del Libro de Toth en Alejandría, César debió apoderarse de él, como fuente posible de poder. Pero, naturalmente, el Libro de Toth no era el único documento egipcio de Alejandría. Y es muy posible que todos los enigmas que aún se plantean en la actualidad acerca de Egipto habrían sido solucionados si no se hubiesen destruido tantos documentos egipcios.
Entre estos documentos, existían algunos que eran particularmente buscados y de los que debieron destruirse implacablemente los originales, las copias e incluso los resúmenes: los que describían la civilización que precedió al Egipto conocido. Es posible que hayan subsistido algunos restos, pero lo esencial desapareció, y esta destrucción fue tan completa y profunda que los actuales arqueólogos racionalistas sostienen que se puede seguir, en Egipto, el desarrollo de la civilización desde el neolítico hasta las grandes dinastías, sin que nada demuestre la existencia de una civilización anterior.