El cerebro consciente es un organizador de energía. Sus dos características sobresalientes son la capacidad de tener experiencias y de saber cuándo suceden. Los seres humanos, por el hecho de ser poseedores de este cerebro consciente, somos capaces de sentirnos, vernos y conocernos como entidades en un estado continuo de experiencia. Nuestros cuerpos y cerebros están compuestos por miles de millones de elementos que interactúan y convergen. Precisamente, la base de la conciencia es esa capacidad de incluir elementos dispersos que interactúan en unidades globales.
Al mismo tiempo, es una continuación (en el nivel consciente) de los mismos procesos de inclusión básicos en la evolución de partículas elementales a átomos, de átomos a moléculas, de moléculas a células, de células a tejidos, etcétera. Estamos en la cúspide de la evolución en lo que se refiere a inclusión y complejidad y, al mismo tiempo, somos parte de un gran conjunto: el género humano y la conciencia planetaria.
Existen dos procesos que bastan para explicar la misteriosa capacidad del cerebro de tener experiencias y de reflejarse en ellas: la interacción de los campos de energía en la estructura del espacio y las operaciones de inclusión llevadas a cabo por los circuitos de convergencia.
La inclusión como base de la evolución
La evolución es la tendencia a la complejificación y organización de entidades capaces de originar patrones de energía cada vez más complejos. La evolución comienza y termina con el espacio, pues el espacio es la organización energética menos compleja (en un universo vacío) y la mas compleja (en un universo lleno de campos neuronales en expansión).
Puesto que la materia aparece en el universo como resultado de la interacción de al menos dos campos energéticos, el proceso más constante ha sido la tendencia hacia la complejidad, cuyo aumento es paralelo a la tendencia de los grandes conjuntos a organizarse mediante el proceso de inclusión.

Si tomamos el número de elementos y la complejidad de sus interacciones como medida directa de la evolución, podemos definir un continuo que comience en el átomo y termine en el cerebro consciente. El átomo es una unidad formada por otras unidades. Es una unidad porque es un conjunto capaz de interactuar con otros del mismo nivel de complejidad. Al mismo tiempo, es un elemento de un conjunto superior, la molécula. La molécula es, a su vez, una unidad formada por otras unidades en interacción, capaz asimismo de interactuar como conjunto.
La aparición de conjuntos superiores es la base de todas las propiedades sinérgicas y de là continuación del proceso de complejificación. La molécula, como conjunto y como unidad, tiene
propiedades no contenidas en los átomos que la forman. Pero la molécula no es el producto final del proceso de inclusión. Varias moléculas interactúan de forma organizada dando origen a conjuntos más complejos que se organizan en estructuras superiores hasta que, en cierto nivel, surge la extraordinaria complejidad de la célula.
La célula es un todo porque muestra propiedades no incluidas en sus elementos constitutivos y puede interactuar con otras unidades de su mismo nivel de complejidad. El órgano sigue el mismo esquema, es una inclusión de células en un conjunto superior que exhibe propiedades sinérgicas. Un organismo se construye a partir de la interacción de varios órganos; es un nuevo conjunto superior y es una unidad en sí misma porque, repitámoslo, posee propiedades sinérgicas y capacidad de interactuar con otros organismos.
En las profundidades del cerebro continúa el mismo proceso a un nivel lógico y con velocidad creciente. La actividad neuronal dispersa es incluida en conjuntos superiores —los patrones neuronales de inclusión— gracias a los circuitos de convergencia. Si la evolución es un producto de experimentación continua durante millones y millones de años, el cerebro es, por parte de la naturaleza, una solución al problema de la complejificación sin el inconveniente de grandes lapsos de tiempo.
Esto es, el cerebro continúa por sí mismo el proceso de inclusión y complejificación sin todos los problemas que suponen la aparición de nuevas especies. Una vez alcanzado un determinado nivel de conciencia, cada cerebro es una nueva especie en sí misma, pero su desarrollo se realiza en cuestión de años y no de eones.
Es como si con el cerebro tuviera lugar un ascenso impresionante en la curva de la nueva experimentación evolucionista con respecto al tiempo. El producto final de esta experimentación es la aparición de la propiedad más extraordinaria: la conciencia.
La conciencia en la cúspide de la evolución
Si la actividad de una población de neuronas que participan en el desarrollo de un percepto se integra en un patrón algorítmico y neuronal, éste constituye un todo superior que tiene la propiedad de inclusión del percepto. Análogamente, si la activación completa del cerebro origina un patrón inclusivo neuronal en una estructura polimodal, ese patrón forma un todo superior que se manifiesta en la propiedad experimentada como el yo.
En estos términos, el yo es una unidad nueva que incluye a todo el organismo y que experimenta la plenitud de los sentimientos conscientes. La capacidad de reflejar es, pues, la capacidad de incluir en una unidad superior lo que en otro nivel no sería más que activación dispersa. La experiencia consciente se basa, por consiguiente, en el procesamiento de inclusión de la información.
Información extraída del Libro la creación de la experiencia, el libro es gracias a muchas mas personas de las que se puede mencionar, por las ideas que han proporcionado. El doctor Jacobo Grinberg expresa su gratitud especialmente a Alberto Guevara-Rojas, Héctor Brust Carmona, E. Roy John, Karl Pribram, John Legion Cooke, Gerardo Bueno Zirión, Joana Ornelas, Andrea Gold, Jenny Lewis y Diego Rapoport.
