Conocer la Realidad es conocerse a uno mismo. Pero ¿quién es uno mismo? Uno mismo es el todo. Desde el verdadero uno mismo, todo acontece en el interior del cuerpo que ha perdido limites y cuya piel no posee fronteras de separación con nada externo. Esto último ya no debe parecerle extraño a quien haya seguido las explicaciones del libro el Sabor de la Iluminación. El conocimiento de que nuestra verdadera identidad es el todo, lo posee quien entiende la forma en la que percibimos y conoce la psicofisiología de este proceso.
Anteriormente se ha mencionado en la Teoría Sintérgica que el cerebro crea una distorsión hipercompleja de la Lattice del espacio-tiempo a través de la creación del campo neuronal. Ademas se explica que el campo neuronal, al interactuar con la Lattice, da como resultado un patrón de interferencia el cual percibimos como realidad.
Estrictamente hablando, el campo neuronal no interactúa con la Lattice sino que, en sí mismo, es una distorsión de la misma Lattice. Precisamente por esta razón, el campo neuronal ocupa toda la extensión de la Lattice y, por ello, nuestra verdadera identidad es el todo. A partir de la consideración anterior, se puede inferir que el estado de conciencia más natural y verdadero es la conciencia de unidad en la que no existe un exterior separado de un interior, sino únicamente este último, puesto que es la Lattice distorsionada la que experimenta y percibe.
Sin embargo, la experiencia cotidiana, señala que normalmente no experimentamos una percepción de la totalidad desde la totalidad misma, sino que enfocamos porciones de la misma y le adjudicamos fronteras de separación. Esto quiere decir que, además de la «interacción» entre el campo neuronal y la Lattice, existe un mecanismo de la focalización de la experiencia responsable de su fragmentación y localización restringida.
A este mecanismo, la teoría sintérgica lo denomina «Factor de Direccionalidad». El factor de direccionalidad, al enfocarse en una zona restringida de la «interacción entre el campo neuronal y la Lattice, hace que sólo esta zona, con exclusión de todas las demás, penetre al campo de la percatación. Este acceso limitado de la conciencia nos da la ilusión de distancia y separación y hace que pensemos que nuestra identidad es restringida evitándonos, en nuestra vida cotidiana, la percepción de la unidad. De esta ilusión son responsables nuestros mecanismos de filtrarse de la Realidad. El factor de direccionalidad está comandado precisamente por nuestros filtros y son ellos los que hacen focalizar la percepción quitándole la amplitud total y natural que biológicamente le pertenece.
La conciencia del propio estado unifica al conocedor, lo conocido y el conocimiento porque allí conocerse a uno mismo es conocerlo todo. No existen dudas ni necesidad de explicaciones. Todo se explica a sí mismo en la vivencia de unificación y en su sabor dulce y luminoso. Desde allí se reconoce a todo ser como poseyendo la misma naturaleza y al humano con la máxima capacidad de manifestarla.
Todos somos uno y simultáneamente cada cual es una manifestación diferente de lo mismo. La experiencia de la Realidad, se sabe, le acontece a uno mismo y es propia y exclusiva pero le sucede, al mismo tiempo, a todos.
Es un alimento, un efluvio iridiscente que existe en sí, pero sobre el cual se ha adquirido responsabilidad. El mantener viva la lluminación en uno la sostiene en todo, flores, pájaros, estrellas y luna. Es una responsabilidad deliciosa, repleta de placeres inefables, serenos y misteriosos. Todo es mágico porque todo es nuevo y fresco. No hay juicios ni nada es más que o menos que otra cosa.
Es el mismo ser en todo y en uno mismo. No existen deseos ni condiciones sino el mismo estado autorreferencial, puro, lleno y vacío de obstáculos y bloqueos. A cualquiera que pidiera una definición de este estado o una explicación del mismo se le podría ofrecer una silenciosa sonrisa o un gesto circular con la mano o una caricia pero no palabras ni menos conceptos.
Se entiende aquí al zen y al islam, al judaísmo y al cristianismo, a la física post-relativista y a la psicofisiología, pero todas juntas y en su esencia que es la misma e indistinta.
No hay maestro ni discípulo.
"El que se presenta a sí mismo como un maestro miente. Sólo hay un maestro, el silencio".
Es un silencio atronador, es un vacío lleno, es una luz invisible, es un amor en todo, es la existencia palpable pero abstracta; tánto que lo único que se puede decir de ella es que existe como base de uno mismo siéndose el único uno. Ella es desnuda, pública y común. Lo que antes era personal, escondido y egoísta, existe ahora sin pasado ni futuro como siempre ha existido. Además, siempre existe para quien la pueda ver. Su existencia es independiente de quien la capte, pero quien la percibe la alimenta y es alimentado por ella… la Realidad.