Los seres humanos que hemos tenido la suerte y el privilegio de vivir los últimos decenios del siglo XX asistimos a un espectáculo maravilloso en el cual todas las tradiciones místicas, que durante siglos guardaron sus técnicas y descubrimientos ocultos, súbitamente han decidido exponerlos a la luz pública.
Obras y tratados conteniendo las técnicas más sofisticadas de autoconocimiento se traducen a los idiomas occidentales y se ofrecen cursos, conferencias y discursos dictados por los más renombrados representantes de todas las tradiciones exponiendo y divulgando sus secretos.
La conciencia colectiva parecería haber alcanzado un nivel de madurez suficiente como para merecer tales «regalos» o estar en tal peligro de perder su esencia y con tanta necesidad de recuperarla que el «Espíritu» decidió romper todo bloqueo, obligando a sus más excelsos representantes a perder su timidez y consideraciones exclusivistas.
Junto con esta avalancha de conocimientos expuestos, la ciencia ha descubierto paradojas que han obligado a sus genios a penetrar un modo de pensamiento y una lógica que antes estaba prohibida y que los acerca a la vivencia del Iluminado. Por si esto fuera poco, la tradicional supremacía masculina se ha tambaleado y una igualdad sexual, aunada a una penetración del espíritu femenino, comienza a modificar la forma de ver el mundo y la realidad.
El concepto de la Iluminación
La Iluminación no es un lugar geográfico o un evento externo, no requiere de parajes especiales o de aislamiento. Más bien acontece cuando la Realidad es percibida sin filtros ni descripciones intermediarias. Esta Realidad, con mayúscula, se refiere a nuestra naturaleza original, la cual parecería ser igual a la que se encuentra en el fundamento de toda manifestación.
Cuando un niño nace, su percepción no se encuentra estructurada. Tanto sus padres como la comunidad y la escuela se encargan de conformar su percepción de acuerdo con los moldes establecidos. Aquellas formas de sentir y ver el mundo que son aceptadas por la sociedad son recompensadas y las que no se ajustan, las que se oponen o contradicen las normas comunitarias, son castigadas.
Poco a poco, y en un lapso que dura años, el niño aprende a permanecer en el estado que se le ha impuesto y a negar o reprimir las formas de ser cuya manifestación se ha castigado.
Cuando este proceso se completa, la Realidad y el sujeto que la percibe se separan y en lugar de una percepción fresca y directa de la Realidad, ésta se filtra utilizando una descripción del mundo. Esta descripción no solamente limita la percepción, sino que la transforma y acomoda haciéndola congruente con la estructuras conceptuales que se han internalizado.
El proceso de internalización hace innecesarios los controles externos asociados con los premios y castigos de la sociedad. El sujeto se ha convertido en un defensor y un exponente de las mismas estructuras que ahora actúan desde su interior sin darse cuenta de ellas.
En otras palabras, la Realidad se confunde con la estructura y la descripción aprendida y esta última se fija y se considera como la única válida. Se crea así un tema básico o un mito que no se puede ver como tal porque es él quién determina el sentir y la forma de ver. Puesto que la mayoría de los componentes de la misma comunidad han internalizado un similar mito y una parecida descripción, se sostiene ésta por el acuerdo interpersonal.
Cuando alguien es capaz de darse cuenta de que su percepción de la Realidad no es pura, sino determinada por el mito que ha hecho suyo y puede percatarse de las características y del poder de este último, da un primer paso hacia la Iluminación.
El estado de Iluminación implica la desaparición de todo filtro en la percepción, tanto del entorno como del sí mismo. Esta desaparición hace que no exista preconcepción ni estructura de separación entre el sujeto y la Realidad. Por lo mismo, el estado de Iluminación no puede describirse, puesto que trasciende el razonamiento lineal.
Pero la Iluminación no sólo determina un cambio en la percepción externa, sino sobre todo un descubrimiento acerca de la naturaleza de quien percibe y un contacto intimo con un sí mismo puro y libre de ataduras.
La identidad personal sufre una verdadera expansión durante el proceso de desarrollo que desemboca en la Iluminación. Generalmente, nos identificamos con nuestro cuerpo creyendo que la muerte del mismo conllevará nuestra desaparición total. Esta identidad se refuerza por la percepción que los otros tienen de uno mismo. Sin embargo, esta identidad es ilusoria y no corresponde con nuestra naturaleza esencial.
El cuerpo, la mente, las emociones son otras tantas vestiduras del verdadero yo el cual se viste con ellas pero se encuentra en un lugar «fuera» del espacio y el tiempo, más allá de todo concepto y explicación. El contacto con quien verdaderamente somos es la Iluminación. En ella no desaparece la individualidad sino que se expande para abarcarlo todo.
La vivencia de la Iluminación
La Iluminación no es una vivencia alejada de uno mismo ni se encuentra en un territorio» imposible de alcanzar. Todos, más tarde o más temprano, nos Iluminaremos porque tal estado es nuestra verdadera naturaleza.
Aquellos momentos en los cuales uno «recuerda» quién es en realidad y se percata de la imposibilidad de definir su propio ser, son instantes en los que se prueba el sabor de la Iluminación.
Todo es paz con significado en un silencio conceptual total. La sensación no posee color ni sabor, no puede encontrársele forma ni geometría; se encuentra más allá de las palabras pero más cerca que la propia piel. No se puede limitar a la propia persona puesto que se siente que pertenece a cualquiera y a nadie en particular. No se encuentra en ella dato o información alguna pero al mismo tiempo su sabor es del conocimiento más amplio, el de una verdadera sabiduría acerca de la Realidad.
El sabor de la Iluminación no está contenido en el tiempo ni ocupa espacio alguno, se encuentra en todos lados y en ninguno, pertenece a todos y a nadie, contiene todo el conocimiento en un vacío ausente de detalles. Todo el sabor de la Iluminación es paradójico y el pensamiento que intentara describir o analizar su vivencia se rompería a sí mismo al no encontrar en ella asidero lógico, referencia concreta o particularismos. Su sabor conlleva, sin embargo, el conocimiento de su existencia al vivirla dentro de uno mismo.